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domingo, 6 de octubre de 2013

EN CAMINO DE SER NUEVAMENTE UNA NACION DE LECTORES

Mi artículo de hoy en el The Buenos Aires Herald:

http://buenosairesherald.com/article/142255/on-the-way-to-becoming-a-nation-of-readers

He aquí la versión en castellano:


En medio de las novedades de la semana, dominadas por el nuevo conflicto con Uruguay derivado del inesperado permiso del Presidente José Mujica a la pastera UPM (ex Botnia) para que aumente su producción, esta columna prefiere no referirse a un asunto tan antipático que vuelve a enfrentar a dos naciones hermanas. Sobre todo ante el lamentable entusiasmo que produce en algunos medios y dirigentes opositores argentinos, que con tal de cuestionar al gobierno son capaces de sumarse a cualquier causa. Por lo tanto, en este artículo no se hablará este domingo de esas miserias, sino de uno de los aspectos más positivos de la democracia argentina de estos años.

Y no hay tema más poderoso, en este sentido, que el necesario elogio de la recuperación del pueblo argentino como sociedad lectora. Y es que después de haber sido la Argentina, por décadas, el país más adelantado de la lengua castellana en materia cultural, el desmoronamiento fue impactante. El autoritarismo que imperó entre 1966 y 1983 dejó secuelas, algunas sutiles e imperceptibles, y entre ellas la fractura de aquella Argentina lectora y culta que alguna vez fuimos, reconvertida penosamente en una nación de no lectores.

En 1983 nadie sabía cuánto ni cómo había sido afectada la lectura en esta nación. Porque la Argentina había sido el país más lector de América Latina e incluso de toda la lengua castellana: principal productor de libros del continente y primer exportador de libros y revistas a toda América y a España, incluso casi todo el conocimiento universal —en la literatura, la filosofía, la ciencia y la tecnología— se traducía primero en la Argentina y desde aquí se irradiaba a América y España en nuestra lengua. Millones de ejemplares de libros y revistas salían de las imprentas de este país, que era, sin dudas, una nación de lectores.

Aquello fue posible porque el imaginario social, desde fines del Siglo 19, estuvo vinculado a la lectura. Los inmigrantes y los criollos estaban convencidos de que el ascenso social de sus hijos y nietos no era sólo una ecuación económica, sino que dependía de la lectura como camino hacia el saber y el conocimiento. Por eso los sindicatos, los primeros partidos políticos, las sociedades de fomento, los clubes de barrio y las cooperativas de todo el país se organizaban en bibliotecas amigas y rápidamente creaban las propias. El ascenso social –era el convencimiento general– sólo iba a cumplirse por medio de la lectura, que fue protagonista poderosa de la construcción de aquella Argentina sin analfabetos y cuyo consumo de libros y revistas era altísimo y constante.

Todo eso se perdió, después, cuando la lectura y el libro fueron demonizados. Cuando la censura, el miedo y el discurso autoritario y perverso de que el libro era subversivo prendió en casi todos los sectores sociales. Parece mentira pero hasta hace apenas treinta años en este país el libro era subversivo porque el saber lo era. El conocimiento, el pensamiento creativo, la libre expresión de las ideas, todo era considerado peligroso. Grandes casas editoriales, y bibliotecas enteras, fueron arrasadas, millones de libros quemados y decenas de periodistas, escritores y poetas asesinados.

Así, en el imaginario colectivo, la lectura y el libro que habían sido fundantes de la aspiración de ascenso social, terminaron siendo un desaparecido más. Y puesto que desapareció incluso de la escuela argentina, y se convirtió en un problema educativo grave, pronto el resultado saltó a la vista.

Puede decirse que entre 1984 y 2000 el esfuerzo por re-prestigiar a la lectura fue más bien silencioso, marginal. Si bien las ferias de libros en todo el país, siguiendo el ejemplo de la porteña, mostraron una paulatina recuperación, y más allá de la importante y creciente producción intelectual, el problema de la poca lectura persistió.

Fue apenas a finales del siglo, exactamente en 1999, cuando se reinició una política que después derivó en lo que es hoy el Plan Nacional de Lectura, que depende del Ministerio de Educación de la Nación. El cual, por lo menos desde la gestión de Andrés Delich durante el gobierno de la Alianza, y luego con las de Daniel Filmus, Juan Carlos Tedesco y Alberto Sileoni se ha venido afianzando año a año, y ministro a ministro, con una consistencia digna de reconocimiento.

Gracias a renovados programas de fomento de la lectura en todos los niveles, y con la firme participación de organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, en la última década nuestro país se está recuperando como sociedad lectora.

Y a esto lo sabemos no por mera intuición, sino porque lo medimos. La Fundación que este columnista preside en el Chaco tiene un Observatorio de Lectura que se puede consultar en Internet y para el cual la semana pasada la reconocida empresa Ibarómetro realizó una encuesta nacional que arrojó algunos datos por primera vez entusiasmantes. Por ejemplo:

            * El 38,9 % de más de mil encuestados en todo el país reconoce leer menos que antes, pero el 29,3 % dice leer más que antes y el 25,6 % igual que antes.
            * El 45,8 % de los lectores recuerda haber sido estimulado a leer cuando era niño/a.
            * El 68,2 % de los argentinos lee entre uno y cinco libros cada seis meses. Y más de un cuarto de la población encuestada (el 26,6 %) lee cinco libros o más cada seis meses.
            * El 26,9 % de los encuestados siente a la lectura como una práctica obligatoria, pero el 46,1 % la considera formativa, educativa y cultural. Y solamente el 17,9 % la considera recreativa.
            * Respecto de la influencia de Internet, la encuesta de Ibarómetro confirma expectativas y comprobaciones: descontados los argentinos que no usan internet (el 35,8% de la población), más de la mitad del 64,2 % restante que sí navega declara que Internet los ha estimulado a leer. Y más de la mitad de ellos son menores de 30 años.

Por supuesto que aún queda mucho camino por recorrer. Pero en el buen camino estamos.

1 comentario:

  1. Bienvenidas sean estas cifras, Mempo. En la calle todos los días me encuentro con muchos lectores. Los que dicen que la gente ya no lee, es porque ellos mismos no leen.

    Saludos!

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