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domingo, 24 de mayo de 2015

PARA UNA ETIOLOGIA DE LA VIOLENCIA FUTBOLERA

Mi nota semanal, en The Buenos Aires Herald:
http://www.buenosairesherald.com/article/189908/the-roots-of--soccer-violence

Y el texto en Castellano, en Página/12:

PARA UNA ETIOLOGIA DE LA VIOLENCIA FUTBOLERA

La barbaridad cometida por el sujeto de apellido Napolitano en cancha de Boca hace más de una semana, conmovió no sólo al mundo futbolero sino al país todo, que parece no saber cómo reaccionar frente a fanatismos, violencia y descontrol.

El asunto es profundamente argentino y delata la gravedad de ciertas taras político-sociales de nuestro país. Fáciles de enumerar:

a) En primer lugar, la inexistencia de un sistema de Administración de Justicia confiable. La Justicia que tenemos está desquiciada, y su enorme desprestigio se debe a la maraña de intereses, sumisiones, politizaciones y chicanas que hoy la caracterizan y que explican la corrupción judicial imperante, que aunque algunos nieguen existe más allá de imposibles probanzas.

b) En segundo lugar, el anormal y perverso sistema policial argentino. La Federal, la Metropolitana y prácticamente todas las policías provinciales y/o municipales, con raras y muy aisladas (aunque honrosísimas) excepciones, están colapsadas moralmente. Se podrá negar esta afirmación, como también acusar a este texto de exagerado, pero en la relación cotidiana de millones de ciudadanos/as con policías, en todo el territorio nacional, en ciudades y pueblos, en carreteras y en procedimientos, es que son generalizadamente coimeras y peligrosas.

c) En tercer lugar, la falta de controles imperante en el país, en prácticamente todos los órdenes y por encima y en desmedro de las leyes (que en general sí existen). En la industria, el comercio internacional, el agro, la educación, la bromatología, el tránsito vehicular y mucho más, lisa y llanamente no hay controles o están corrompidos, que es lo mismo. El Estado, responsable de los organismos correspondientes, está o maniatado o cooptado, y la inmensa mayoría de los agentes controladores, en cualquier campo, o son carne de corrupción o están completamente desalentados y sin apoyo de sus superiores.

d) En cuarto lugar, y como problema resultante del triplete anterior, en la Argentina se perdió la cultura de la sanción. Contrariando el viejo apotegna, hoy y aquí, el que las hace no las paga. Y no se trata de un problema legal solamente, como suele creerse de buena fe. Se trata de una especie de liberalidad perversa que viene (como casi todos nuestros males) de la Dictadura primero, y del carnaval menemista-neoliberal después. Dos décadas, digamos, de esquivar sanciones, eludir responsabilidades, buscar y encontrar atajos y excepciones según se tenga poder, y, claro, de corrupción.

Puede sumarse, desde luego, el deterioro de todo concepto de autoridad, (diferenciado absolutamente del autoritarismo). O sea, autoridad respetada por su jerarquía moral e intelectual, y por su espíritu tan igualitario como estricto. No haber sustituído el autoritarismo dictatorial por este tipo de autoridad, es uno de los castigos más serios que se autoinfligió nuestra Democracia.

Por todo lo anterior, es hipocresía política la comparación con países donde "estas cosas no suceden". Porque la verdad es que sí suceden pero mucho menos, y sin capacidad de pudrir todas las capas de la sociedad. Y ello porque, cuando sucedieron, esas sociedades y Estados se encargaron de corregir sus causas del siguiente modo: 1) hubo decisión política y por ende judicial para mejorar las conductas de la sociedad; 2) hubo reformas policiales profundas y coordinadas que democratizaron, civilizaron y represtigiaron el uso del poder de fuego e investigativo del Estado; 3) hubo controles estrictos que funcionaron como corrrectivos y a la vez fueron decididamente educadores; y 4) las sanciones, que siempre deben estar para ser cumplidas, se cumplieron. Así, por ejemplo, se acabó con el vandalismo de los houligans en Inglaterra.

No es imposible ser una sociedad mejor, incluso a pesar del cretinismo mediático que impera en la Argentina. Las sociedades mejores son más democráticas e igualitarias, y por eso mismo convendría que el gobierno tome nota de que la inclusión debe incluir (valga la redundancia) una vigorosa labor educativa que enseñe comportamientos, valores y conductas a los recientes incluídos, así como también inculque el respeto a la autoridad cuando la autoridad está sustentada en ética y saber.

El caso Napolitano ha echado luz sobre todo esto, y en opinión de esta columna debería ser una oportunidad para convencer al país de las virtudes de un pacto de convivencia (eso es, también, una república) en el que el acuerdo de base sea: que no hay impunidad; que no se aceptan excepciones fuera de las normadas por las leyes; y que además de la condena legal existe la condena social, colectiva y armónica, y no intermediada por sistemas de comunicación mentirosos como los que padecemos aquí.

Este sujeto de apellido Napolitano debe ser sancionado. Y aunque su (in)conducta no esté tipificada como delito, hay castigos que cualquier sociedad democrática y sensata aplicaría. Por ejemplo: a) La AFA debería aplicarle una durísima suspensión como hincha: que no pueda pisar un estadio de fútbol durante los próximos 15 años; b) El Club del que es socio (en este caso Boca Juniors) debería encargarse de aplicar esa suspensión, haciéndose responsable de su cumplimiento. Y en caso de que Napolitano incumpla la sanción, la AFA debería aplicar a Boca un castigo pecuniario altísimo y al sujeto la duplicación de su sanción.

Por su parte la AFA bien haría en coordinar con todos los clubes afiliados la preparación de un listado de hinchas violentos y/o conflictivos, a los que: a) se les cancele la condición de socios, si lo son; b) se les prohiba la entrada a los estadios a partir de la primera inconducta probada y filmada; c) se informe a Cancillería para que tales sujetos no puedan salir del país hasta tanto se demuestre su resocialización. Y no estaría nada mal que AFA y clubes patrocinaran fuertes y consistentes campañas educativas de sus seguidores.

Argentina año verde, dirán algunos. Sueño imposible, soluciones inaplicables, dirán otros. Y puede ser, pero entonces que propongan algo verdaderamente mejor. • 


martes, 19 de mayo de 2015

Lecturario # 38. Palacios, Van Bredam, Mendinueta, Malamud, La Balandra y Salamanca Comics


• La joya de este Lecturario, no puede ser de otra manera, es "La miseria", tesis presentada en 1899 en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA por el inigualable dirigente y legislador socialista Alfredo L. Palacios (1880-1965) para optar al grado de Doctor en Jurisprudencia, y la cual fue rechazada. En palabras del propio autor: "Para no ser detenido en mi carrera he presentado otro trabajo con el título de 'Quiebras', en el cual, la Comisión examinadora, me ha prohibido terminantemente, so pena de otro rechazo, hacer mención de 'La miseria'".
            Este libro llegó a mí casualmente y su lectura me deparó instantes memorables, no sólo por el tono de denuncia brillante y fundada que Palacios sostiene a lo largo de cien páginas contundenes, sino también porque está lleno de datos estadísticos, inesperados para la época, y de apuntes de observación autoral que combinan el dolor, la ironía y la furia de quien fue después el más destacado legislador social de la Argentina.
            Palacios fue el autor de todas las primeras y fundantes leyes sociales de América Latina, en favor de los trabajadores, y en particular de las mujeres y los niños que eran utilizados como mano de obra barata. Como todavía se hace, en forma clandestina, en la Ciudad de Buenos Aires bajo la protección del gobierno local.
            Un libro, en fin, que conmueve por su humanismo, su síntesis y compactado espíritu libertario. (Edición del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal, 2004).

• El notable escritor formoseño Orlando Van Bredam (nacido en Entre Ríos en 1952 pero radicado en El Colorado, Formosa, desde hace más de tres décadas) está publicando, al parecer, sus obras completas. Y era hora y es plausible que así sea. Y no sólo es opinión de quien conoce casi toda su obra, como es mi caso, sino de muchos lectores del Nordeste Argentino que lo siguen y aprecian desde hace años tanto por su obra ya numerosa como por su larga trayectoria docente en instituciones terciarias y en la Universidad Nacional de Formosa.
            La vasta obra de Orlando recorre todos los géneros, con títulos ya clásicos en el NEA y que ahora están recuperando la notable editorial chaqueña Mulita y otras casas del interior del país. Ahora leo "No mirés nunca debajo de mi cama", antología personal de poemas, cuentos y minificiones, tomadas de viejos libros que fueron muy leídos por generaciones de nordestinos: "Fabulaciones", "Simulacros", "La vida te cambia los planes" y otros. Se empieza a recuperar así el registro original y mejor de van Bredam, si bien sigo pensando que su punto más alto lo alcanzó con una excelente novela negra: "Teoria del desamparo", con la que recibió el Premio Emecé en 2007.

• Leo con placer el último poemario de Lauren Mendinueta, joven y notable poeta colombiana radicada desde hace algunos años en Lisboa, Portugal, y de quien creo que ya comenté otros libros. De voz personalísima, ahora me llega "Una visita al Museo de Historia Natural", en el que luce su potente registro, sobre todo en la segunda parte, titulada "Vitrales en la sombra". Suena allí muy fuerte su grito de dolor ante la violencia colombiana, que por décadas ha expulsado ciudadanos que hoy se esparcen por todo el mundo.
            "La violencia, siempre
            corriendo hacia nosotros
            como una yegua desbocada".
Mendinueta trata sutilmente la tragedia colectiva y el odio en lucha contra la ternura. La infancia y la familia son evocadas amorosamente en un contexto duro, condicionante del crecimiento:
            "La vida estaba por venir,
            pero jamás llegaba.
            Aprendió a no llegar a nuestra casa". (Mutantis Não Ediciones).

• Recomiendo enfáticamente "Baldomero", que es un libro y una joya creada por un estupendo dibujante llamado Martín Malamud. Quien ha ilustrado muchos de los más hermosos poemas de Baldomero Fernández Moreno (1886-1950), en muchos casos a modo de historietas y con las más diversas técnicas —acuarelas, plumines, tinta china, marcadores, lápices de colores— para componer así el bellísimo rescate de uno de los grandes poetas argentinos, un clásico de la primera mitad del siglo pasado que hoy, me parece, es mucho menos leído y gozado de lo que merecería. (Wolkowicz Editores).

• Salió la edición número 10 de la revista "La Balandra", que creó y dirige la narradora Alejandra Laurencich. Revista de escritores, para escritores, son más de cien páginas de pura literatura. Como en cada número, en éste el interrogante de portada es una invitación a reflexionar el oficio. En el presente número es: "¿Buenas críticas es igual a buenos libros?", pregunta que responde una docena de escritores y críticos.
            El ejemplar también contiene una sabrosa charla con Hernán Casciari, muchos cuentos de argentinos y extranjeros, y un muy interesante trabajo sobre editoriales independientes. Como broche de oro, un inédito de Hebe Uhart. Yo la sigo número a número, como sé que hacían dos décadas atrás miles de lectores de mi vieja, entrañable "Puro Cuento".

• Cabe saludar también otro emprendimiento editorial que juzgo ejemplar y heroico, y que recomiendo por lo audaz y original de la propuesta, y por su estética clásica pero renovada. Se llama Salamanca Comics y es una notable casa editora marplatense, inspirada y llevada adelante por jóvenes (imagino que son jóvenes) dibujantes de historietas, y dirigida por Tatiana Fontana.

            Han producido ya varios libros con diversas relatos, estupendamente guionados y con una gráfica poderosa y llamativa. Incluso han publicado la versión en historieta de uno de mis cuentos más leídos: "El paseo de Andrés López". Dibujado por Valentín Lerena y Roberto Fontana, todo en blanco y negro, el libro se titula "Laburantes" e incluye otra media docena de historietas. Me mandaron varios libros, todos encomiables. •

domingo, 17 de mayo de 2015

El monte y los empresarios, Fayt y la democracia

Mi artículo de todas las semanas, en The Buenos Aires Herald:
http://www.buenosairesherald.com/article/189355/the-bush-business-fayt-and-democracy

Y en castellano en Página/12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-272927-2015-05-18.html

El monte y los empresarios, Fayt y la democracia

Por Mempo Giardinelli

El fin de semana pasado, tal como otras veces, fuimos a llevar mercaderías diversas junto con libros, mapas y útiles escolares a tres modestas escuelas de El Impenetrable, a 500 kilómetros de Resistencia. Ahí se educan niños de comunidades Wichís (Nueva Población y Paraje La Armonía) y Qom (Parajes San Agustín y El Toroltay). Y una vez más esta experiencia, que se repite varias veces por año desde hace años, me brindó enseñanzas asombrosas, una de las cuales bien harían en evaluar algunos empresarios argentinos.

Una de ellas refiere al potencial económico de la harina de algarrobo, árbol que está siendo talado de manera brutal, día a día y hora a hora, en todo el Nordeste, para vender la madera en rollizos a 300 pesos la tonelada. Lo que no sólo es un crimen ambiental sino también una soberana estupidez porque cada ejemplar puede producir hasta 50 kilos de harina, sana, nutritiva y exquisita, y el precio de la harina ronda también los 300... dólares por tonelada. Y cada árbol sigue produciendo todos los años.

El potencial del algarrobo es enorme, y su fruto, una vaina azucarada, sirve de alimento a animales y personas porque es rica en sacarosa, glucosa, fructosa, fibra, vitaminas C y E, minerales, potasio, carbohidratos y proteínas. Y da también una exquisita miel vegetal. Por eso los antiguos americanos lo llamaban "árbol de la vida". Y más o menos lo mismo sucede con el mistol, cuyo fruto es un sucedáneo del café, y se utiliza en dietética por su valor nutritivo. Parecidas virtudes tienen el chañar y otros árboles que abundan en El Impenetrable. Aunque el colmo del absurdo es el palosanto, que desde el Siglo XIX es considerado el ébano americano y una de las maderas más lujosas y caras del mundo. ¿Y qué se hace en la Argentina con los palosantos que todavía quedan en Salta y el Chaco? Se los vende a China en rollizos brutos. ¿Y qué hacen en China con nuestros palosantos? Elaboran los más finos pisos de parqué para transatlánticos y yates de lujo. Mientras acá nos estamos quedando sin palosantos, árbol que necesita entre 100 y 150 años para desarrollarse.

Uno no puede dejar de preguntarse por qué son tan limitados los empresarios argentinos. El comportamiento de la gran mayoría de los cuales es, por lo menos, ofensivo para la inteligencia. La cual suele faltar también, está claro, en el estilo patotero de los burócratas sindicales que suelen sentarse del otro lado de las mesas, sí que también en algunas decisiones del gobierno y prácticamente en todas las de la oposición.

Quizás por eso los muchos y plausibles méritos del kirchnerismo —que no pueden ser negados ni por la oposición más necia— obligan a puntualizar sus yerros en algunas áreas.

Desde ya que muchos lectores pensarán que no ha llegado el tiempo de hacer estos balances, pero habemos muchos ciudadanos convencidos de que ese tiempo en realidad nunca llega, porque es y debe ser una constante. El señalamiento de errores a la par de aciertos, sobre todo cuando se hace de buena leche, es una práctica que bueno sería popularizar en esta república.

Dicho sea todo lo anterior porque no somos pocos los que pensamos que el oficialismo, aún con las mejores intenciones, suele meter la pata cuando se lanza con infantil entusiasmo a acciones poco o mal pensadas, como el pésimo tratamiento del tema Fayt, que sólo está sirviendo para victimizarlo.

Y es que no es constitucional que el Congreso disponga el examen psicofísico de un ministro de la Corte Suprema de Justicia sin promover antes su juicio político. Por lo tanto, todo lo que se intente al respecto no dejará de ser un disparate jurídico voluntarista. Que incluso le está sirviendo en bandeja al siempre gracioso, patético y contradictorio circo opositor una nueva oportunidad de inventar un mártir. Es así como ayer glorificaron a un fiscal que hoy es evidente que no hubiera superado un mínimo examen moral, y ahora se excitan con esta especie de "Fayt somos todos" que los lleva a reclamar cautelares para "proteger" al provecto y casi centenario juez.

La locura parece generalizarse en la política nacional, lo que de ninguna manera puede ser motivo de alegría para la democracia.


Sobre todo porque en estos tiempos se están manifestando a la vez cuatro condiciones fuertemente nocivas para esta república: a) el oficialismo mete la pata cada dos por tres y no importa si con las mejores inteciones; b) la oposición es incapaz de sensatez alguna y por eso, de hecho, son los responsables de la parálisis en que está sumida la CSJ; c) las burocracias sindicales continúan su escalada de golpismo (consciente o inconsciente) ahora llamando a un absurdo paro nacional debido a un supuesto, autofogoneado "creciente malestar" gremial; y d) la cada vez más peligrosa agresividad de Clarín y La Nación, ya convertidos, sin eufemismos, en el principal poder acosador del gobierno, e incluso de la democracia misma. •

viernes, 1 de mayo de 2015

"Los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías"

Mi conferencia en la Biblioteca del Congreso de la Nación, el
24 de Abril de 2015, en la apertura de la 
Jornada Académica de la Sección América Latina y el Caribe IFLA
“Las Bibliotecas frente al desafío del acceso a la información"

"Los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías"

Para hablar de los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías, me parece necesario, ante todo, establecer de qué bibliotecario hablamos. ¿Del profesional que trabaja en las bibliotecas universitarias, el de la Biblioteca Nacional o el de esta Biblioteca del Congreso de la Nación? ¿Del bibliotecario especializado, por ejemplo de los Ministerios de Economía, de Planificación, de Ciencia y Tecnología u otros? ¿O del bibliotecario que toma mate cocido con bizcochitos y recibe dos o tres visitas por día en una biblioteca de aula del Impenetrable? ¿O de una veterana bibliotecaria de Tilcara, o del que atiende en un remoto paraje del centro de la provincia de Santa Cruz, o en el medio de Chubut?

En este país asombroso, en esta Argentina hoy tan llena de talentos como de ignorantes, tan completa de gente buena y trabajadora como enferma de resentimiento, envidia y odio, también en materia de bibliotecas y de bibliotecarios hay de todo... Y todo lo que hay es fruto, ora dulce, ora amargo, de nuestra historia contemporánea. Una historia en la que la lectura fue el gran factor de crecimiento y desarrollo social, y en el que las bibliotecas jugaron un papel fundante a la par de la educación pública, de acuerdo al ideario genial de ese argentino tremendo, contradictorio, cuestionable pero siempre admirable que fue Domingo Faustino Sarmiento. Padre fundador de la educación y de la bibliotecología en nuestro país.

Ese ideario instaló el paradigma lector que construyó esta nación. Una nación colmada de bibliotecas: las Populares de la Conabip, las municipales, las de cada Universidad, nacional o privada, e incluso las de diferentes facultades; las de instituciones intermedias y ONGs como la que yo presido en el Chaco; las de Bancos, Empresas, Clubes, Sociedades de Fomento, Cooperativas y centros comunitarios.

¿Saben los dirigentes y funcionarios, y nuestros legisladores, cuántas bibliotecas hay en la República Argentina? Alrededor de 50.000... Es un número extraordinario, que forma un entramado que es tan vasto y complejo como el tejido social de nuestra nación y corona aquel sueño de Sarmiento cuando dispuso la creación, en 1870 y mediante la Ley 419, de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip). Fue gracias a eso que la Argentina se constituyó en el país más lector de América Latina e incluso de toda la lengua castellana. Fuimos el principal productor de libros del continente; el primer exportador de libros y revistas a toda América y a España; e incluso todo el conocimiento universal —en la literatura, la filosofía, la ciencia y la tecnología— se traducía al castellano aquí en la Argentina y desde aquí llegaba a nuestros pueblos hermanos. Todo latinoamericano de más de 50 años de edad recuerda hoy los libros y revistas argentinos. Generaciones de americanos se educaron con Billiken, leyeron las colecciones Tor, Rastros y muchas más, leyeron cuentos en las revistas Leoplán, El Hogar y Vea y Lea, y la revista El Gráfico informó deportes a generaciones americanas a la vez que millones de libros salían de nuestras imprentas. Éramos, qué duda cabe, una nación de lectores que llevaba sus lecturas, y con ellas su cultura, a toda Nuestra América.

Aquello fue posible porque el imaginario social, desde fines del Siglo XIX, estuvo vinculado a la lectura. Los gringos inmigrantes que fueron nuestros abuelos, como los criollos que también lo fueron, estaban todos convencidos de que el ascenso social de sus hijos y nietos no era nada más una ecuación económica, sino que dependía fuertemente de la lectura como camino hacia el saber y el conocimiento. Por eso los sindicatos, los primeros partidos políticos, las sociedades de fomento, los clubes de barrio y hasta las cooperativas se organizaron alrededor de bibliotecas. El viejo sueño de "M'ijo el Dotor" sólo podía cumplirse si se leía. Y así la lectura fue protagonista poderosa de la construcción de aquella Argentina sin analfabetos y cuyo consumo de libros y revistas era altísimo y constante.

Hasta que todo eso se perdió. ¿Cuándo y por qué? La respuesta es una sola: cuando la lectura y el libro fueron demonizados. Cuando la Argentina dejó de ser una sociedad lectora, maligno producto del discurso dictatorial, autoritario y perverso de que el libro era subversivo. Discurso que prendió en casi todos los sectores sociales, particularmente en los más atrasados, que como siempre sucede —y sucede ahora mismo— son los que aceptan y adoptan ingenuamente las peores ideas... Hace apenas cuarenta años en este país el libro era subversivo porque el saber lo era. El conocimiento, el pensamiento, la libre expresión de las ideas eran considerados peligrosos. Los libros se quemaban, y editoriales y bibliotecas enteras fueron destruídos, y decenas de escritores y poetas asesinados. Yo no sé ustedes, pero yo quemé libros en aquellos años. Entre los peores recuerdos de mi vida está pasarme noches enteras rompiendo e incinerando libros y revistas en el baño de mi pequeño departamento. El miedo me condujo a la humillación de quemar y destruir los libros que yo amaba. Fuimos muchos los argentinos/as que quemamos y enterramos libros, o los abandonamos en calles y plazas por puro miedo.

Fue así como, en el imaginario colectivo, la lectura y el libro que habían sido fundantes de la aspiración de ascenso social, terminaron siendo otro desaparecido de la Dictadura.

O sea que venimos de las sombras, de aquella época espantosa en la que el libro y la lectura eran condenados, perseguidos, porque los dictadores y los censores decidieron e impusieron que leer era subversivo y por ende peligroso. Esas sombras están a poca distancia y por eso todavía estamos pagando las consecuencias.           

Ahora bien, después de aquel período ominoso la verdad es que la recomposición editorial y del sistema bibliotecario, ya en Democracia, en nuestro país fue y sigue siendo un hecho extraordinario. No creo que haya otro país en el mundo con una base bibliotecológica como la que tuvimos y tenemos; ni tampoco una que haya sido destruída igual, ni una que haya iniciado una recuperación como la nuestra. Todo lo cual habla de una pasión libresca que no consiguieron matar. Una pasión y una vocación que yo todavía juzgo sana. Si no intacta, sí sana. No vencida, no descartada, y pasión, además, que nos tiene hoy aquí buscando pensar y explicar, como ahora mismo, qué vamos a hacer, como seguir andando y cómo adecuarnos e esta era cibernética que nos plantea, tal el título que me propusieron y yo acepté, "el reto de las nuevas tecnologías".

Y entonces a mí me surgen más preguntas: ¿de qué tecnologías hablamos? ¿De la computación, las nanotecnologías, la robótica, las redes sociales, el desarrollo ingenieril que ya hoy permite ver y creer lo que hasta ayer nomás era increíble? Recuerdo que en 1987 u 88 fui invitado a un congreso de literatura en Santiago de Chile, y discutiendo la entonces novedad de las computadoras portátiles yo imaginé un mundo futuro y lejano en el que se podría leer un Don Quijote electrónico. Y en 1995, en el Congreso Argentino de Literatura, en la UNNE, sostuve que podía imaginar a mis tataranietos, a finales del Siglo XXI, leyendo Don Quijote en algún exótico sostén y con sólo tener la voluntad de hacerlo. Pasaron sólo veinte años y hoy mi hija lee Don Quijote en su celular.

Hoy somos conscientes de que los avances de las tecnologías y la maravilla del mundo hipercibernético que vivimos superan todo lo imaginado por la especie humana. La pregunta que surge, entonces, me parece que es ésta: ¿Qué vamos a hacer frente a esta nueva realidad? ¿Desesperarnos? ¿Negar el tsunami que se nos viene encima? Yo estoy convencido de que el ingenio humano es capaz de lo mejor (y de lo peor también, desde ya, pero prefiero ser optimista) y por eso suelo inventariar todo lo bueno que nos dio el constante avance tecnológico del siglo pasado. Mi bisabuelo llegó de Italia y no conocía el teléfono. Mi abuelo conoció el telégrafo porque era ferroviario de la línea Buenos Aires al Pacífico, luego FFCC Sarmiento. Mi papá conoció el teléfono y yo padecí Entel como ahora padezco Movistar. Y conocí el fax, y compré mi primera computadora en 1987 y hoy mis hijas y nietos viven en un mundo de celulares y me enseñan a mí cómo aprovecharlos mejor... Cada avance tecnológico mejoró el mundo en que vivimos y así lo prueban el automóvil, el avión, el aire acondicionado, las heladeras y un universo de electrodomésticos, y en los últimos 30 años la popularización de las computadoras, Internet, Wifi, infinitos dispositivos electrónicos y todo lo que viene, que parece superar lo imaginable.

¿Nos asustamos? Creo que, en general, ya no. Nos adaptamos. Y nos entregamos a las novedades, a veces con la similar, ingenua actitud de los pueblos originarios de nuestra América ante los conquistadores que de inmediato los violaban y explotaban y asesinaban a la vez que se apoderaban brutalmente de sus tierras, sudor y dignidad. ¡Y todo en nombre de Dios!

Ahora nos colonizan, es cierto, en nombre de otros fulgores, otros dioses llamados Coca-Cola, Apple, Microsoft, Fernet, MacDonalds, cervezas y un universo de marcas inaprenhensibles, imposibles de retenerlas todas, y ahí, en medio de todo eso, serenas y todavía robustas, heroicas y resistentes, las bibliotecas... Nuestras preciosas, queridas y siempre necesarias bibliotecas, que son las guardianas inviolables, casi incontaminadas, del Saber y la Poesía. Cancerberos inclaudicables del Conocimiento y la Literatura, la Historia, la Filosofía y las Ciencias.

El saber en todas sus formas está en ellas. El más amplio y confiable repertorio de las conductas e inconductas de la especie, están allí. Por eso las bibliotecas son el seguro Tesoro de la Humanidad. Y yo pienso que esas bibliotecas que amamos y que se dice a cada rato que su destino es desaparecer, van a seguir siendo necesarias y nosotros, escritores, editores, lectores, maestros, bibliotecarios, vamos a seguir necesitándolas. Llevo 30 años escuchando que el libro se muere, o que agoniza, o que está en proceso de extinción, y sin embargo está más vivo que nunca. Los editores de textos virtuales, incluso, ya no saben qué inventar para popularizar los e-books, que son fantásticos y tienen su público, pero no han matado al papel. Y también llevo 30 años escuchando que la lectura está en crisis y que los argentinos y los latinoamericanos ya no leen, y sin embargo mi experiencia de campo, concreta y en escuelas que visito todo el tiempo, es que cada generación lee más que la anterior...

Señoras y señores, dicho lo anterior creo que tenemos el cuadro en el cual discurrir, considerar, pensar el papel de los bibliotecarios ante el reto que imponen las llamadas TIC, o sea las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que son el futuro —se dice y se acepta— de la bibliotecología.

Aunque yo no estoy tan seguro de ello, me impongo pensar que el desafío cotidiano del bibliotecario, hoy, lo obliga a capacitarse y actualizarse, pero sobre todo —en primerísimo lugar siempre— lo obliga a seguir leyendo, y a leer mucho... Leer todo el tiempo, porque el bibliotecario no puede ser —no debe ser— solamente el archivista, el catalogador, ni tampoco el viejo policía del libro. El bibliotecario de hoy está en emergencia, jalado por tradiciones que no puede abandonar, y acaso no hay por qué abandonar, y a la vez sacudido por innovaciones tecnológicas velocísimas, cambiantes día a día y casi hora a hora porque hoy todo cambia rápidísimamente porque así lo exige el Dios Mercado. Es obvio que deberíamos poder trabajar perfectamente con cualquier computadora, pero la industria tecnológica es un verdadero carnaval de obsolescencias programadas para que tengamos que cambiar de equipos. Y ni se diga de los dispositivos electrónicos, que cambian todos los años, constantemente. Con lo cual nos pasamos buena parte del tiempo aprendiendo usos y capacitaciones que en uno o dos años serán seguramente sustituídos por obsoletos. Ésa es la más fenomenal perversidad del Mercado, que modifica constantemente los conceptos y también los domicilios del conocimiento.

En ese contexto, sumado a la crisis moral generalizada del mundo moderno, en que los valores, los principios y las conductas son cada vez más relajados, y donde los salarios siempre están retrasados, el bibliotecario deviene un sujeto zarandeado por múltiples y estresantes circunstancias que no siempre se tienen en cuenta, sobre todo cuando se piensa y se habla de las nuevas TIC como si fueran inocuas.

Al menos yo, jamás olvido que estamos hablando de seres humanos que son o deben ser, además, lectores. Y el bibliotecario debe ser un lector competente por definición. Es decir, un ser in-aprehensible, in-controlable. Porque la lectura, siempre, solamente conduce hacia la libertad. Y eso para el Poder —y sobre todo el Poder autoritario— es inadmisible. De ahí —es mi hipótesis y la enuncio sólo para pensarla en voz alta— la invención de todo tipo de cómputos, clasificaciones, fichas, tablas y fragmentaciones textuales, so pretexto de “orientar” a los jóvenes, o “desarrollar sus habilidades”, o “estimular la comprensión lectora” y muchos etcéteras, lo único que logra es la neutralización e interferencia de la libre interpretación del lector, anulando de paso el mero placer de leer por leer.

De ahí, también, la terminología economicista que invadió a la bibliotecología como invadió a la educación, de la Dictadura para acá, y que aún perdura en todo tipo de documentos nacionales y provinciales, y hasta está incorporada en la Ley Nacional de Educación. La bibliotecología, como el discurso pedagógico institucional todo, deberían rechazar fórmulas como “oferta educativa”, “calidad de servicio”, “usuarios” (que es un concepto ofensivo para la lectura), “productividad”, “salida laboral” y demás.

Desde luego que si ustedes esperaban una charla tecnológica, los estoy defraudando. Y es que no puedo dejar de considerar esta profesión desde el punto de vista humanístico y didáctico. He dedicado mi vida a la literatura y a la pedagogía de la lectura, de manera que falsearía todo lo pensado, escrito y creado si me dedicase ahora a promover nuevas técnicas, procedimientos, aplicaciones y cualesquiera novedades cibernéticas.

Es la Pedagogía de la Lectura la que no debemos perder de vista. O sea el estudio de las actitudes, habilidades y prácticas de lectura de una sociedad determinada, y en las cuales el bibliotecario moderno, contemporáneo, debe ser un maestro. La Pedagogía de la Lectura observa y analiza usos y costumbres, e investiga y propone el desarrollo de una sociedad de lectores. Se apoya en los mediadores de lectura, que son aquellos que actúan profesionalmente en el campo de la educación (docentes y bibliotecarios) y también en los mediadores familiares, que son los primeros y más cercanos inductores de lectura de toda persona.

El objetivo primero y principal de la Pedagogía de la Lectura es sembrar la semilla del deseo de leer y estimular todas las posibles prácticas lectoras. Procura que todas las personas lean y se orienta a fortalecer los hábitos lectores de las personas que ya leen, proveyéndolas de ideas y estrategias para que ellas mismas ayuden a que otras personas quieran leer. Así, forma a los futuros formadores de lectores.

Y es que somos lo que hemos leído, como también somo lo que no hemos leído. Como personas, como nación, somos nuestras lecturas. La ausencia o escasez de lectura es un camino seguro hacia la ignorancia y ésa es una condena individual gravísima, y lo es más si es colectiva. No leer, desdichadamente, es un ejemplo que se propagó impunemente en la Argentina, y en parte es lo que ha generado dirigencias autoritarias, ignorantes, frívolas y corruptas.

La práctica de la lectura es una práctica de reflexión, meditación, ponderación, balance, equilibrio, mesura, sentido común y desarrollo de la sensatez. Todo eso que debe ameritar un buen bibliotecario. Leer es un ejercicio mental excepcional, un precioso entrenamiento de la inteligencia y los sentidos. Correlativamente, las personas que no leen están condenadas a la ignorancia, la improvisación y el desatino. Por eso los bibliotecarios como mediadores son fundamentales, porque en el imaginario social ellos son la cara del saber y el conocimiento. De modo que si ellos no leen caen en abierta contradicción porque más allá de sus conocimientos y habilidades tecnológicas, un bibliotecario que no lee es como un carpintero que no sabe usar el escoplo.

Los bibliotecarios son mediadores clave, nexos específicos entre la sociedad y la lectura, y por lo tanto tienen una responsabilidad que no siempre se reconoce. Ni ellos mismos ni la sociedad hacia ellos. Vivimos en una sociedad que es súmamente contradictoria respecto de sus bibliotecas y bibliotecarios. Por eso me parece importante enmarcarlos adecuadamente. El profesional bibliotecario no es solamente esa persona que está del otro lado del mostrador y al que se abruma con tecnologías y sistemas y metodologías de trabajo que en muchísimos casos son atemorizantes, intimidatorios y hasta fantasmales. Me parece que si a esto no lo tenemos en cuenta vamos a equivocarnos muy gravemente. Porque, insisto, es apenas una élite la que puede estar en condiciones de adaptarse a las TICS, y además esa pequeña élite yo no sé cuánta más lectura sabrá proveer a nuestra ciudadanía. Porque de eso se trata: de que el bibliotecario sea un eficiente asesor y proveedor de lectura. Si no, podrá ser un excelente técnico en computación, catalogación, archivología y todo lo que quieran. Pero el riesgo es que resulten satélites que navegan en el espacio mientras en la tierra los pueblos seguirán sumidos en la ignorancia y sujetos a manipulación.
           
Por eso empecé destacando que nuestro país tiene una capacidad bibliotecológica extraordinaria, que muchos países quisieran tener y que debemos cuidar, actualizándola y brindándole los mejores soportes tecnológicos. La CONABIP protege un sistema de más de 2.000 Bibliotecas Populares en todo el país con un acervo de unos 25 millones de libros. Tenemos también varios miles de bibliotecas públicas, institucionales y/o semiprivadas, y de organismos nacionales, provinciales, municipales, universitarias; y también miles de bibliotecas de entidades de la sociedad civil (clubes, sociedades de fomento, empresas, ONGs). El vasto sistema se completa con alrededor de 25.000 bibliotecas escolares que componen el sistema del Ministerio de Educación de la Nación y de las 24 entidades federativas. Por eso mi estimación es que la Argentina tiene hoy un entramado maravilloso de más de 50.000 bibliotecas, o sea una biblioteca cada 850 habitantes. Eso es una maravilla que no sé cuántos países en el mundo tienen. Y ni se diga el promedio de libros por habitantes, que en 1996 era de 0,4 y hoy se ha triplicado por lo menos, entre otras razones por la persistente acción del Plan Nacional de Lectura que ha venido distribuyendo millones de libros cada año.
           
Hoy todo habitante de nuestro país tiene una biblioteca a la mano: a pocas cuadras de su casa si vive en centros urbanos, y a relativamente poca distancia si reside en áreas rurales. Y desde ya que muchas de esas bibliotecas están desactualizadas, con acervos obsoletos y probablemente maltratados, pero todas están vivas o en capacidad de ser revividas. Son, de hecho, una especie de infinito mundo de silencio y estudio que es posible y urgente recuperar, y cuya misión fundamental está a cargo de decenas de miles de bibliotecarios, custodios y alimentadores de ese tesoro.

Somos un país con una curiosísima y paradojal vida bibliotecológica. Porque disponemos de una red formidable de bibliotecas, cuya utilización por parte de la sociedad está bastante difundida a pesar de encuestas y mediciones apocalípticas. Desde hace 20 años leo estudios, compulsas y mediciones que afirman que alrededor del 70% de los argentinos no va a bibliotecas ni una sola vez al año. Pero no leo jamás una sola línea que destaque la maravilla de que hay un 30% de argentinos/as que sí van. Tres de cada diez ciudadanos no me parece poco, y sobre todo después del desastre del paradigma lector que produjeron la dictadura y la década de los 90. Yo no sé si en el mundo hay muchas naciones cuyo 30% poblacional asiste con cierta regularidad a sus bibliotecas...

Por eso para mí lo esencial del rol del bibliotecario no es solamente su nuevo rol y capacitación tecnológicos. Es sobre todo su rol social, y su capacidad lectora, lo que me importa reflexionar a la par de los extraordinarios avances cibernéticos que ellos sin dudas deben incorporar como saberes actualizados. Porque está muy bien que se enfrenten al reto de las nuevas tecnologías, y es obvio que tendrán que adaptarlas a nuevas condiciones y necesidades, y para ello deben seguir capacitándose, pero sin perder de vista la inmensa responsabilidad social de la profesión que han elegido. Y porque de entre todos los mediadores de lectura los bibliotecarios son los encargados de una transmisión aparentemente más pasiva de la pasión por leer, pero no es menos importante que la de padres y maestros.

Aunque el concepto clásico dice que el bibliotecario es la “persona encargada del cuidado técnico de una biblioteca”, hay una concepción moderna, por lo menos en nuestra América, que supera ampliamente la cuestión técnica. Es la misión esencialmente política que destaca la especialista
colombiana Silvia Castrillón: “El bibliotecario, en su papel de intelectual comprometido (...) tiene en sus manos un instrumento de democratización como debería ser la biblioteca, debe contribuir a la lucha contra la miseria, contra la injusticia, contra la explotación, contra la violencia y contra todo lo que restrinja la libertad de pensamiento y la libertad de elegir entre opciones que contribuyan a una vida digna; es decir, contra todas las violaciones a esos principios universales de justicia y libertad. Lo contrario es moda y retórica”. Yo comparto esa afirmación y también la de que en países como los nuestros (Colombia, Argentina y toda Nuestra América) se “necesitan bibliotecas que, en primer lugar, se conviertan en medios contra la exclusión social”.

Yo aspiro, lo tengo escrito, a un tipo de bibliotecario asumido como intelectual, humanista, sensible y con sentido social. El bibliotecario, como el maestro, trabaja con su intelecto y con información, libros, lecturas. Su trabajo, por definición, dice Castrillón, "supera lo estrictamente técnico-profesional”.
           
La formación de un nuevo tipo de bibliotecario, entonces, requiere NO SOLAMENTE DE CAPACITACIONES TECNOLOGICAS, que están muy bien y son necearias y pueden ser irreprochables, sino ante todo y sobre todo requiere que sea un buen lector. O sea un lector curioso y gustoso, porque sólo así serán críticos, informados, reflexivos, inquietos, agudos y abiertos, conscientes y orgullosos de sus conocimientos y generosos para abrir las mentes de la comunidad que los consulte.

El advenimiento y la masificación de las llamadas nuevas tecnologías también está asociado al marketing editorial y librero, que modificó todo lo conocido en materia de librerías y es inevitable que también llegue a las bibliotecas. En el mundo del libro el cambio más revolucionario fue en la comercialización, que ha convertido a las librerías en centros culturales tan concurridos y económicamente poderosos como cualquier centro comercial. Y es por eso que hay librerías en todos los centros comerciales. La librería –dice el especialista norteamericano Jim Trelease– "es un lugar donde la gente se siente tranquila y enriquecida mentalmente, y en donde curiosear gratis, sin intención de comprar, está bien visto”. ¿Y cuáles son los mejores momentos para esas peregrinaciones? Obviamente los fines de semana y los feriados. Hay montones de estudios de mercado que muestran que las ventas en librerías crecen justamente en esos días. Entonces la conclusión para nosotros es obvia: esos son los días en que casi todas las bibliotecas de la Argentina están cerradas. Negadas a la sociedad que tanto las necesita, y sobre todo clausuradas para miles de chicos y chicas que “se aburren”, que se revientan la cabeza viendo telebasura o aislándose para jugar en redes como si fuesen autistas, y expuestos a situaciones incontrolables y acaso violentas, inmovilizantes, embrutecedoras.

No tiene ningún sentido seguir pensando que el problema es la tecnología o la “modernidad” que supuestamente alborota a los chicos y les “hace la cabeza”, como suele escucharse decir a padres y docentes. De ninguna manera son los medios electrónicos lo que amenaza a las bibliotecas y “puede llegar a reemplazarlas”, como ya sostienen algunos. Eso tampoco es cierto, o al menos es altamente improbable si sabemos cambiar. Porque hay que cambiar, y ésa es la cuestión. Ya decía Trelease hace diez años que Internet “está muy lejos de reemplazar a las bibliotecas. La mayor amenaza para las bibliotecas, hoy, son las bibliotecas mismas”. Y yo agrego: también los bibliotecarios que se resisten a cambiar de actitud. O sea los bibliotecarios que se niegan a que en su formación se incluya la construcción del lector. Y es que ninguna técnica, ningún sistema estandarizado de catalogación, nada reemplaza el saber sobre los libros que acumula y puede compartir quien los ha leído y amado. Ésa es la función de mediación que deberían ejercer todos los bibliotecarios.

En síntesis, lo que hace falta en nuestras bibliotecas es mucho: cambiar el modo de pensar de muchísimos bibliotecarios, modificar la idea de la misión que tienen las bibliotecas, cambiar la disposición humana y física y dar un giro de 180 grados a los criterios de atención al público. Deben dejar de ser templos para convertirse en lugares atractivos. Si las librerías cambiaron cuando empezaron a mostrar los libros, los pusieron al alcance de la mano y permitieron que la gente hojee, toque y lea de pie durante el tiempo que quiera, y se cambiaron los horarios para estar abiertos en los mejores momentos de la gente, que son la noche, los sábados y domingos y los feriados, imaginemos lo que sería si las bibliotecas hiciesen lo mismo. Si hubiese cafeterías dentro del local, como ahora mismo en la Feria del Libro. Si se pusieran mesas en patios y veredas, y se dejara que el público libremente se siente a leer. Y si los bibliotecarios dejaran de ser meros intermediarios, policías del libro que piden documentos para leer, ¿no les parece que estaríamos empezando una revolución bibliotecaria, que necesariamente incluirá luego mejoras en materia de luz y de colores, y de agradabilidad en el trato, y que todo eso estimulará un mejor clima de lectura? ¿Y no les parece que la traba mayor, que sería la sindical, bien merecería de los mismos bibliotecarios una reconsideración porque el futuro ya está aquí?

Parece mentira que todavía en la Argentina hay personas (¡e incluso obviamente bibliotecarios!) que prefieren la oscuridad, la distancia, la prohibición y el temor a los libros. Incluso, todavía en las escuelas argentinas es común que a los chicos de mala conducta o con fallas de aprendizaje se los "castigue" mandándolos a la biblioteca... Y no sabemos de bibliotecarios que se planten y se nieguen, ni que hagan docencia con los mismos docentes.

A mí me parece necesario, e imperativo, orientar la formación de los bibliotecarios para que sean ellos mismos lectores, y buenos lectores capaces de crear ciudadanía con valores y principios. Y para lograr que lo sean, señoras y señores, es indispensable, y es urgente, que las carreras de Bibliotecología incluyan la materia Literatura en sus programas. Y no una única materia en toda la cursada, generalmente en tercer año, sino Literatura en cada año y nivel, o sea Literatura Clásica Universal, Literatura Universal Moderna, Literatura Latinoamericana y Literatura Argentina del Siglo XIX, del XX y lo que va del XXI en sucesivos cursos, y por supuesto un semestre de Géneros Literarios y otro de Lingüística básica aplicada. Y en paralelo habrá que ejercitarlos en lectura en voz alta, tanto en lo profesional como en sus mismas casas, en sus vidas privadas, porque la Lectura en Voz Alta es el principio básico formativo de todo buen lector, que es, lo reitero, el lector curioso y gustoso.

Sostengo que todo lo anterior es imperativo y urgente porque las nuevas TIC seguirán ocupando el espacio bibliotecológico y no sin confusiones. Porque sin dudas son y serán un instrumento maravilloso que tenemos que utilizar, y estimular, pero también hay que decir que son y serán buenas en la medida en que nosotros, nosotras, las sepamos usar. No esperemos de las nuevas tecnologías una revolución lectora por su sola existencia. Eso no va a suceder. Ninguna revolución tecnológica creará jamás lectores. Ningún dispositivo, aplicación, hardware ni software será capaz de crear lectores por su sola existencia o innovación. Ni un solo lector. Ni uno solo. De donde la conclusión elemental es la siguiente: es nuestro uso consciente lo que dará sentido a las nuevas TIC, o sea nuestra competencia lectora y pletórica de curiosidad. No hay mejor vía para el aprovechamiento de todas las nuevas y grandiosas posibilidades.

Pero también nos impone estar alertas, porque inevitablemente va a ocurrir –y de hecho ya está sucediendo– que gracias a los adelantos tecnológicos el mundo globalizado seguirá imponiendo la sutil dictadura de las reglas del Mercado. Y se dará así la saludable paradoja, que ya se observa, de que para ser más democráticos, inclusivos y horizontales, los ciudadanos/as dotados de e-books y tabletas de lectura deberán ser rebeldes, originales y resistentes a las nuevas reglas de convivencia que nos impondrá el futuro que está aquí nomás.

Muchísimas gracias. •