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sábado, 28 de junio de 2014

LECTURARIO # 24. Nabokov, Ospina, Almada, Havilio y más


• Durante otro largo vuelo reciente, leo los cuentos de Vladimir Nabokov (1899-1977) reunidos bajo el título "Una belleza rusa y otros cuentos" para la reconocica y ya popular colección de Anagrama. Algunos son deslumbrantes todavía, con notables pinturas de época de ese mundo de ilusiones en el que vivían los exiliados rusos. Hay allí una melancólicas señoritas y un inolvidable escritor mediocre que es víctima de su propia ingenuidad, pero también hay textos que envejecieron y hoy me parecen deslucidos por el paso del tiempo.             
            De todos modos, la obra de un gran escritor ya clásico como Nabokov, ícono del Siglo XX, siempre es una fuente a la que se puede retornar sin temores. Yo adoré, como millones de lectores en todo el mundo y todas las lenguas, su inolvidable "Lolita" (novela que sobre mi propia obra ejerció una influencia determinante). Escrita en 1955 cuando Nabokov era ya un veterano profesor universitario, encandiló al mundo y dejó estampado en la literatura un modelo de niña entre candorosa y perversa, hoy un ícono frecuente, casi un lugar común de la pedorra modernidad marketinera.
            De Nabokov son también memorables sus "Clases de Literatura Rusa", que leí hace años, cuando tuve la oportunidad de enseñar durante un semestre en Wellesley College, la misma universidad de Boston, Estados Unidos, en la que él trabajó, enseñó y escribió.
            No sé por qué, la relectura de estos cuentos me sumió en una inexplicable melancolía. Por suerte el vuelo no fue demasiado largo y llegamos pronto a destino.

• Me conmueve la lectura de "Pa que se acabe la vaina", vibrante y conmovedor ensayo del gran escritor colombiano William Ospina. Un libro que es a la vez literatura, y de la buena, porque su poética incluye a cualquier lector no colombiano y convoca mediante bellas y constantes alusiones a la empatía latinoamericana. Después de todo, nuestros países son todos parecidos en sus taras, sus abusos y traiciones dirigenciales, sus historias absurdas, su racismo y mucho más, la lista es larguísima. Ospina ama desesperadamente a su patria, y es el dolor y la postración colombiana lo que lo lleva a este canto en prosa que es a la vez ejercicio de meditación histórica y de abrumadora sensatez. Me hizo acordar poderosamente de cuando en los años 90, aquí en la Argentina, yo escribí "El país de las maravillas". Leyendo a mi amigo William sentí que nos hermanábamos como si su patria y la mía fueran­ —como en verdad son— una misma patria expoliada por sus propios hijos feroces, colonizados y embrutecidos por religiosidades antediluvianas encaramadas en el poder.
            Soy un declarado admirador de la obra de William, de quien leí hace años sus admirables traducciones al castellano de los sonetos de Shakespeare. Y leí también su poemario "El país del viento" y su "Poesía" reunida en 2007. Y también ensayos como "Las auroras de sangre", que en cierto modo prefigura este libro que comento, y desde luego su novela "El país de la canela" con la que mereció el Premio Rómulo Gallegos 2009 y que narra magistralmente el descubrimiento del río Amazonas (Planeta).

• Leo también "Ladrilleros", de Selva Almada, una especie de contrapunto feroz en un vecindario marginal de provincia, con personajes rústicos, mañosos y violentos como desdichadamente abundan hoy en la Argentina. Ese solo planteo es interesante y amerita la lectura, aunque a mí esta novela me gustó menos que la primera de Almada, "El viento que arrasa". En aquella había un clima más ominoso por menos evidente, y la relación entre el reverendo y su hija, en el contexto desolado de un taller mecánico en un borroso pueblo presuntamente chaqueño, me pareció más atractiva. Pero bueno, es sólo mi opinión. Lo interesante de SA es que los universos marginales que narra impactan por la habilidad en el manejo de materiales tan argentinos de estos tiempos como el odio, el resentimiento y la venganza (Mardulce Editora).

• Luego de escribir el párrafo anterior me quedo pensando en este fenómeno —no sé cómo llamarlo mejor— de que los primeros textos de muchos escritores/as suelen ser mejor considerados que los siguientes. Es algo que se repite en infinidad de casos, en todas las literaturas. En la nuestra, sin ir muy lejos, ahí están las primeras obras de Roberto Arlt, Silvina Ocampo, Julio Cortázar u Osvaldo Soriano, para mí superiores a las que ellos mismos escribieron después, siendo todas, se entiende, de altísima calidad. Y pienso también que lo que ahora me pasa con Almada, me pasó esta misma semana con Iosi Havilio. Ya he comentado en otros Lecturarios, y elogiosamente, sus dos primeras novelas —"Paraísos" y "Opendoor"—, pero ahora su última, reciente "La Serenidad" no me gustó nada. Me dejó completamente afuera. O quizás no la entendí porque pretende ser experimental. Pero en todo caso un experimento que no me interesó en absoluto.
            Algo similar me sucedió hace poco, también, con mis paisanos Miguel Ángel Molfino y Mariano Quirós, e incluso con narradoras consagradas como María Teresa Andruetto, o Perla Suez: me entusiasmaron sus primeras novelas, e incluso adoré más de una, pero no tanto las siguientes. Sé que son procesos, claro, porque yo mismo los he vivido. Todavía hoy me encuentro con lectores y críticos que dicen que lo mejor que escribí fue "La revolución en bicicleta" o "Luna caliente", que son obras de hace treinta años. Y quizás tengan razón y es uno, nomás, que no se da cuenta de que todo lo que escribió después fue inferior. ¿Por qué no? Así al menos uno aprende que no se responde a los lectores ni a los críticos, piense uno que tienen razón o que no. Simplemente se les agradece la lectura y se acepta lo dicho en silencio, serena y discretamente, que es como se deben recibir los comentarios de los lectores. Nada más.

martes, 24 de junio de 2014

UN REGALO, UN HONOR... y MI AGRADECIMIENTO

Desde hoy, el Jardín Maternal y de Infantes Nº 136, del Barrio Villa Nueva, de esta Ciudad de Resistencia, lleva mi nombre.
Fue una decisión democrática de la comunidad educativa, que hizo la gestión ante el Ministerio de Educación de la provincia.
Yo no sabía nada de esto, y fue una maravillosa sorpresa cuando la semana pasada me convocaron a un acto público que se celebró hoy en Villa Nueva, uno de los barrios socioeconómicamente más postergados de la ciudad. Una docena de maestras jardineras, personal no docente, 220 chicos y padres y madres del vecindario, se dieron cita en un acto sencillo, emotivo y encantador en el que un grupo de chiquitos "actuó" mi cuento "Celeste y la dinosauria en el jardín".
Todavía a estas horas, siendo ya noche, estoy conmocionado, honrado y profundamente agradecido.


                                   



martes, 10 de junio de 2014

LECTURARIO # 23

Lecturario # 23

* Disculpen si vengo retrasado, pero eso de escribir artículos en dos diarios todas las semanas es por demás exigente. Y si encima uno —que vengo a ser yo— quiere seguir escribiendo ficciones, y además de ademases como dicen en México uno viaja mucho... Bueno, es así que este Lecturario es de hace más de un mes. Ya me pondré al día...

* Por cierto, ahora quiero comentarles que devoré "El malentendido", de la para mí ya entrañable Irene Némirovsky. Ya he comentado aquí otros libros de ella, que es una escritora que a mí me gusta mucho. Cada uno de sus títulos tiene mucho encanto, pero éste, escrito en 1926, es muy particular. La autora tenía sólo 23 años cuando publicó esta novela en una revista francesa, y nada hacía prever su tragedia posterior.
            Como novela juvenil, "El malentendido" es magnífica. Llena de intuición e incluso sabiduría, esa combinación es el secreto de esta historia en la que una joven de la rica burguesía francesa de la primera posguerra, casada y madre de una niña adorable, se enamora de un joven que está un par de peldaños más abajo en la escala social. Ella burguesa y dueña de su tiempo, él empleado y esclavo de su salario, el resultado es un drama que por momentos parece una remanida novelita rosa, pero que nunca derrapa y en cambio alcanza vuelos notables en la comprensión y exposición de ese eternamente indescifrable enigma que se conoce como "el alma femenina".
            En este desencuentro amoroso, por cierto, no son los hechos lo relevante, ni es la narración de las circunstancias lo que sorprende, sino la agudeza de la autora para tratar la complejidad de sentimientos de dos seres desiguales. Se trata, en fin, de un texto breve y sutil que si por mí fuera debieran leer millones de mujeres de este y de todos los tiempos. Que es lo que hace grande a la pequeña y desdichada Irene. (Salamandra-Edhasa).

• Justo antes de viajar a París al Salón del Libro, leí con alguna desconfianza "Una felicidad repulsiva", el nuevo libro de cuentos de Guillermo Martínez. Él es mi amigo y acaso la más fuerte apuesta que se puede hacer en la literatura argentina de la transición del Siglo XX al XXI. Admiro y conozco toda su novelística, que es original, sugerente y de prosa impecable. Y admito que quizás por eso no tenía demasiada confianza en éste, su retorno al género cuento. O quizás porque conocí a Guillermo hace muchos años, con algunos de sus primeros cuentos. Como "Infierno grande", que publiqué en la revista Puro Cuento. Donde publiqué también "Baile en el Marconi", un texto notable.
            De manera que leí este libro con algunas reservas. Y qué bueno, porque por eso mismo la sorpresa fue tan agradable, ya que se trata de un libro estupendo. Lo leí en perfecto desorden (desechando el índice) e hice el licuado de textos que suelo preferir, guiado por el puro azar. Y me encantó, en el más amplio sentido del vocablo encantamiento. El relato que da título al libro y "Un gato muerto", por ejemplo, marcan un cierto compás. El tenis, el sexo, las relaciones tensas y las resoluciones inesperadas son ya como marcas de fábrica en Guillermo. Cada uno de los diez cuentos es un buen logro, y su casi novela, o novela breve "Una madre protectora" cierra el libro como desplazándose de un hallazgo a otro. Ya lo creo que corresponde celebrar la madurez narrativa de este autor. (Planeta).

• Acabo de terminar "Los dos espejos", notable última novela del sólido narrador mexicano Antonio Sarabia. Aparente continuación de "Los convidados del volcán", que publicó hace varios años, en ésta la trama combina elementos del género policial con una fuerte, indesmentible influencia rulfiana a la que se suman dos factores decisivos: el humor, que en Sarabia es fino y sutil; y una prosa impecable, para mí de las más cuidadas y elegantes de la literatura mexicana contemporánea.
            La trama de la novela es un tanto excesivamente compleja, lo que hace algo ardua la lectura, pero hay allí una galería de personajes encantadores y misteriosos, como Blanca Rentería, que luego deviene Sor Constancia de la Fe, o el mismo Gerardo, cuya vida constituye la trama central de la novela, e incluso cuando muere su fantasma deviene igualmente protagónico. Un libro muy recomendable, para lectores avezados y para gozar despacito, como todos los de Sarabia. Y un libro, además, que en mi opinión debiera circular cuanto antes en la Argentina, donde todavía la literatura mexicana es leída con rótulos de hace algunas décadas. (Planeta).

* Dejo para el final un comentario extraliterario pero necesariamente libresco: he leído "Huellas 1" y "Huellas 2", dos libros sobrecogedores que incluyen los testimonios de cientos de víctimas (asesinados y desaparecidos) de la tragedia padecida durante el terrorismo de Estado en las décadas de 1970 y 1980. La edición, a cargo de la Universidad Nacional de La Plata, recoge testimonios y evocaciones de familiares y amigos de aquellos militantes en su mayoría jóvenes y universitarios que fueron arrasados por el autoritarismo, la intolerancia y la bestialidad que imperaron en aquellos años. La lectura de estos dos libros resulta absolutamente conmovedora, tanto que muchas personas rechazarían sumergirse en estos textos por la indesmentible razón de que el dolor y la memoria, a veces, pueden resultar insoportables. Y es que no es un libro bello, pero es un libro necesario. Eso mismo que sucede con la memoria.